Ambiente exterior

Cuando se inició el proyecto algo indispensable además de que el espacio interior fuera diáfano, que tuviera la mayor luz natural posible y que fuera amplio, era que el ambiente exterior fuera lo más natural posible. Un ambiente donde hubiera árboles, plantas, tierra, un ambiente exterior amplio donde dar cabida a las diversas necesidades. 

Un ambiente que proporcione el movimiento libre y desarrollo autónomo.  Un ambiente donde se permite la libre elección, un ambiente que acompañe el proceso evolutivo y de desarrollo de los niños y las niñas.

¿Cuántas veces nos han mostrado las partes de una planta, por ejemplo, en imágenes? Por qué no salir fuera y y vivir su proceso. ¿Cuántas veces nos han explicado cómo nacen los pollitos? Por qué no poder observar ese proceso in situ, ese proceso delicado de la vida, de esfuerzo; y que nos surjan dudas a través de la observación directa. ¿Cuántas veces nos han explicado la clasificación de hoja perenne y hoja caduca? Por qué no observar nuestro ambiente y ver qué ocurre con esas hojas y esos árboles.

Vivir los procesos que nos rodean de la vida y sus ciclos nos llevará a un aprendizaje que perdurará; porque el aprendizaje que vives, que observas, que te deja oler, que te deja acariciar, que te deja escuchar; con el que puedes poner todos tus sentidos en funcionamiento, ese aprendizaje que te asombra, que te fascina, el que produce interés por el mero hecho de aprender, es un aprendizaje real.

Un ambiente exterior que también llega al interior que nos proporcione esa belleza necesaria y cuidada que trasladamos dentro. Una estética natural e integrada.

El ambiente exterior es un ambiente que, también, preparamos, con sumo cuidado, donde da lugar al juego libre, al juego simbólico, a la creatividad, a probar nuevos retos, al movimiento, a la interacción, a la socialización, al arte, a la música, a la observación.

Donde dan cabida las creaciones del ser humano que se integran con las que nos proporciona la naturaleza. Podemos parar a escuchar los gorriones, el sonido de los árboles con el viento, observar la convivencia entre gallinas y conejos.

Porque como decía Rachel Carson en su libro “El sentido del asombro” “¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana?, ¿es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la niñez o hay algo más profundo? Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine. Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera. Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno”.

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